lunes, 13 de septiembre de 2010

LA DESPEDIDA DEL BUFÓN

Se ajaron mis ropas de polvo colorido,
al fondo de mar mis vestiduras devolví;
ciego quedé junto al estanque,
junto al río desmayado por un coletazo de su propia espuma.
En vano busqué la imagen mía
mirándome en el espejo oscuro de los girasoles;
perdí el brillo inmortal liquidándolo a grandes sorbos
y también mi franela para limpiar la luna
y el puerto donde el atardecer cae de rodillas.

Perdí mis entrañables pertenencias,
mis lujos de hombre sin nada,
la mirada antigua que crecía
a la velocidad con que el tallo persigue su follaje.
¿Dónde quedarían mis palacios de agua con sueño,
dónde las enormes hojas blancas
que el invierno desprendió del mástil?

¿Las águilas del centro de la tierra,
los dulces inventos de aserrín,
mis bienes todos, apenas mesurables en latidos y alegría,
en qué pliegue del caos hallaron sepultura?

Damas y caballeros, piedras y pájaros:
es la hermosura de la vida lo que nos deja tan pobres,
la hermosura de la vida
lo que lentamente nos vuelve locos.

Oh señores, señoras, niños, flores
mi corazón comparece por última vez ante vosotros:
se ajaron mis ropas de polvo colorido,
al fondo del mar mis vestiduras devolví.

Marco Antonio Montes de Oca

YO...

YO...
que no tengo nombre
ni memoria
que no seré recuerdo para nadie,
postrado sobre un lecho
me anticipo
al calor de la muerte.
Ni un acorde del cantar de las tórtolas
me cubre
la desnudez congénita.
Sobre mi cuerpo el tiempo
se hace lágrima
en continuo fluir infortunado.
Yo,
de quien no queda nombre
ni memoria.

Quizás en algún instante,
decida alzar las manos
a la vid trepadora de mi pozo
y en ella me haga savia
o ascienda en privilegio
a la contemplación
del aliento primero.
En espesor de brumas me debato
y cedo al fin al peso
del mullido respaldo de la noche.
Ni un acorde de tórtola

me cubre;
desnudo está mi cuerpo.
Y sin embargo,
la tiniebla susurra
con tiento su presencia
e inutiliza
las vides trepadoras de este pozo
para ser espiral de ineludibles fugas.

Permanezco
postrado sobre el lecho
y mi mirada
es apenas innominado espejo de una sombra
hacia noches más amplias.
Los astros extinguidos por mi llanto
han amasado en lágrimas
mi nombre y mi memoria,
y un goteo de letras me resbala
con sudor de estar vivo por la frente.
Así,
dejo de ser recuerdo para todos
y me anticipo
a la caricia ambigua de la muerte.

Jorge Ferrer-Vidal