sábado, 8 de enero de 2011

DEL HECHO CELEBRADO EN ESPAÑA DE LA VILLA DE FUENTE OBEJUNA REINO DE CÓRDOBA

Era en este tiempo comendador mayor de Calatrava D. Fernando Gómez de Guzmán. Residía en Fuente Obejuna, villa del reino de Córdoba, aunque de su encomienda hizo tantos y tan grandes agravios a los vecinos que, no pudiendo sufrirlos ni disimularlos, determinaron todos de un consentimiento y voluntad alzarse contra él y matarle. Con esta determinación y furor de pueblo airado y a voz de " ¡Fuente Obejuna! ", se juntaron una noche del mes de abril del año 1476 los alcaldes, regidores, justicia, regimiento y los demás vecinos. Con mano armada entraron por la fuerza en las casas del comendador mayor y grandes voces comenzaron apedillar: "¡Fuente Obejuna, vivan los reyes don Fernando y doña Isabel y mueran los malos cristianos y traidores!". El comendador mayor y los suyos cuando oyendo las voces y viendo la furia del pueblo se entraron en una pieza lo más fuerte de la casa con sus armas. Se defendieron dos horas sin que pudiese entrar hombre del lugar. Pidióles con humildad le dijesen a quien había agraviado y que él, como caballero, le satisfaría y que les rogara por Dios se sosegasen. No quisieron admitir sus razones antes, con grande ímpetu, apellidando Fuente Obejuna combatieron la pieza y entrados en ella. Mataron 14 hombres que con el comendador estaban y procuraban defender a su señor. De esta manera, con un furor rabioso, llegaron al comendador mayor y poniendo en él las manos le dieron tantas heridas que le hicieron caer en tierra sin sentido. Antes que expirase asieron de él con grande y regocijado alarido diciendo: "¡Vivan los reyes y mueran los traidores!" y le echaron por una ventana a la calle. Los de la plaza levantando las puntas de las lanzas y espadas le recogieron en ellas donde, atravesado de muchas, expiró. Después de caído en tierra le arrancaron las barbas y cabellos y otros, con los pomos de las espadas, le quitaron los dientes con palabras graves e injurias. Antes que acabase de expirar acudieron las mujeres de la villa con adufes y sonajas a celebrar la libertad de Fuente Obejuna. Los muchachos también hicieron su capitán y con su bandera tendida acudieron contra el pobre vencido, a moro muerto gran lanzada, y todos juntos, hombres, mujeres y niños con gran fiesta y regocijo llevaron el cuerpo del comendador mayor a la plaza, y allí le hicieron pedazos arrastrándole y haciendo en él grandes crueldades. No quisieron permitir le enterrasen, dieron saco mano a su casa y le robaron toda su hacienda. Hecho este terrible espectáculo quitaron las varas y cargo de justicia a los que estaban puestos por la orden de Calatrava, cuya era la jurisdicción, y diéronlas a quien quisieron. Acudieron a la ciudad de Córdoba y se encomendaron en ella pidiendo los amparase y defendiese de tan crueles tiranos y se sujetaron a su jurisdicción como lo estaban antes que vinieran a poder de don Pedro Girón. La ciudad de Córdoba los recibió debajo de su protección y derecho, despojaron los caballeros de Calatrava y pusieron justicia de su mano. La orden se quejó de este agravio y despojo al rey y al sumo pontífice. Del proceso del pleito se sacó esta relación. Al fin la orden se quedó sin su lugar. Sabido el caso tan horrendo los Reyes Católicos enviaron un juez pesquisidor para que castigase a los culpados y, aunque dio tormento a muchos de los que se hallaron en la muerte por saber los autores, jamás fue posible sacarles palabra. Lo que más se espantaba que en tan crueles tormentos, mujeres, hombres y niños preguntándoles quién mato al comendador mayor respondían:

"¡Fuente Obejuna le mató!"
!¿Quién es Fuente Obejuna?"
"¡Todos los vecinos de esta villa!"
"¿Quién son todos los vecinos de esta villa?"
Respondían: "¡Fuente Obejuna!",

Viendo el juez que no pudo sacar otra cosa habiendo dado tormento a medio lugar se presentó a los Reyes Católicos y dio relación de todo. La ciudad de Córdoba, volviendo por un lugar de tan valerosa gente, avisó a sus altezas y hizo probanzas que el comendador mayor había hecho mil tiranías a los del lugar; lo primero teniendo en el muchos soldados para que sustentasen la voz del rey de Portugal contra los Reyes Católicos, que había permitido que los soldados les comiesen las haciendas y les deshonrasen sus casas y que el mismo comendador con violencia le había quitado a algunas sus mujeres e hijas. Averiguada la verdad los reyes mandaron no castigasen a hombre del lugar. Y así quedó, sin hacer más averiguación contra ellos juzgando ser castigo del cielo la muerte del comendador. No es mal consejo para los gobernadores y señores saber moderarse en su poder y mando, no dar rienda larga a sus robos y desafueros, contenerse en la honestidad de sus casas sin correr las ajenas. Mirando, no permita Dios, por ellos semejantes castigos en esta vida o mayores en la otra.

Adelina Cano Fernández // Vicente Millán Torres
Fuente: Historia General de Córdoba de Andrés de Morales
Edita: Ayuntamiento de Córdoba

viernes, 7 de enero de 2011

FOTOS 01




















SOY BLANDO COMO UNA PIEDRA Y DURO COMO UNA MEDUSA



Soy blando como una piedra y duro como una medusa,
cuando lloráis a la orilla del río ya estoy al otro lado,
no soy fiel a nada, ni siquiera a mi mismo
(ese intento de petrificación en torno a un vacío),
renuncio al dinero y al honor, recompensas de la traición,
traiciono sin recompensas,
renuncio a la fama, no quiero ser padre de nadie,
seré muy difícil de matar,
prefiero las chicas pobres, sencillas, no me gustan
los dragones vestidos de seda,
huyo del ahogo que produce el corsé de la dcencia,
soy completamente indiferente ante casi todo
y sin embargo
me indigno ante demasiadas cosas,
detesto a los justos tanto como a los criminales,
estoy con los revolucionarios mientras no alcancen sus fines,
me gustan los hombres que duermen mal por las noches,
amo al que le tiemblan las piernas y sin embargo hace diana,
escribo con desaliño, improvisando,
un poema tiene que ser incoherente
de lo contrario muere en su perfección,
no conozco mi meta, por eso paseo con alegría,
no soy humilde, ni tampoco orgulloso, soy el agua que corre,
si me convierto en una fuerza es porque me detienen,
estoy siempre desplazado entre los individualistas
que se agarran mutuamente como dientes de engranajes,
seré el último caminante entre los coches,
un desposeído entre todos los orgullosos propietarios,
la propiedad es un peso, yo quiero utilizar las alas,
nadie me encadenará a una tumba con una lápida escrita de antemano,
mis compañeros de generación se indignan conmigo
o me inspeccionan con minuciosidad,
los jóvenes me desprecian, si saben que existo,
me parece excelente, ninguno de esos jovencitos
presumidos me atará con su admiración,
no adoro a los niños ni a los viejos,
yo mismo soy un niño en un viejo,
los hombres y la naturaleza me amenazan, huyo de una amenaza a otra,
el miedo es tan natural como la respiración,
sólo los que tienen miedo son fecundos,


las serpientes son seres afables para los que pertenecen
al mismo grupo de veneno,
a menudo se sobreestima demasiado la vida,
sólo nuestras esperanzas en la vida no pueden sobreestimarse,
lo que no puede convertirse en desilusión no vale nada,
solamente los desarmados sobreviven, el asesino termina suicidándose,
los hombres tiene que ser defendidos de ellos mismos,
pero, ¿quién lo hará?
y, ¿quién salvará a los niños de su perdición
si juegan con la muerte por todos los sitios?
Vivo en plena decadencia y no puedo evitar ser parte de ella,
pero, ¿cómo podré amputarme a mí mismo?
¿Quién es el sano y quién el enfermo de los dos
que luchan dentro de mí?
Los bacilos, tan rápidos, tan vigorosos, tan incansables, ¿no son admirables?
Quizá los bacilos sean muy superiores al hombre,
esa salud de la vida que
constituye nuestra incurable enfermedad,
el no conformarse nunca con nada es el orgullo definitivo, satánico,
el pulpo gigante que se autodestruye
ante el resplandor de la luz
es la mejor imagen del hombre,
la psicología cataloga los relámpagos,
la música lame sus heridas,
la escultura petrifica la naturaleza,
la pintura oculta los agujeros de la realidad,
si no aceptamos la vida como peligro,
inseguridad y transformación,
los bacilos nos derrotarán,
a la realidad no le importa el ser, sino el devenir,
la realidad nos arranca una y otra vez
nuestra vieja y querida piel
y nos deja desnudos,
somos el umbral sobre el que morimos,
la casa que construimos está ya en el pasado
y no existe.


ARTUR LUNDKVIST

sábado, 1 de enero de 2011

DE LA DESGRACIADA MUERTE DE LOS INFANTES DE LARA Y PRISION DE SU PADRE GONZALO GUSTIOS EN CÓRDOBA


El año de 834, en tiempo del rey Don Alonso el Magno, vivía el famoso conde don Diego Porcelos que pobló Burgos. Este caballero tuvo solo una hija, doña Sula, a quien otros llamaban doña Bella, que caso con Nuño Belchides, caballero alemán, hijo del que vino de su tierra a las guerras contra moros, de Milán de Anglesis, hijo del rey de Inglaterra y de Berta, hermana de los reyes de Francia; y fue excelente en ellas. Tuvieron los dos, Nuño Belchides y doña Bella, hijos: primero a Nuño Rasura, juez de Castilla de quien vienen los reyes de Castilla y otros grandes, y segundo a Gustios González, padre de Gonzalo Gustios que casó con doña Sancha, hermana de Don Ruy Velázquez, que llaman de la Hoz de Lara. De la Hoz porque en Castilla llaman hoz a la estrechura de montañas y peñas por donde se entra algún río habiendo corrido antes por tierra llana, como se ve hoy junto al lugar de Lara que era suyo, en el río Arlanza, llamado el de Salas por tener allí su señorío.

Tuvo siete hijos de su mujer doña Sancha Velázque de Lara, a quien llamaron los siete infantes de Lara. Vivían, en este año de 986, bien famosos en armas y gentileza con la buena crianza de su ayo Nuño Salido. Armólos a todos caballeros el conde Garci Fernández de Castilla, su primo. En un día, como lo refiere la Crónica General, casándose en Burgos su tío Ruy Velázquez con doña Lambra, prima del conde Garci Fernández, fueron las fiestas bien grandes y el concurso a ellas de gentre principal. Hlláronse presente Gonzalo Gustios con los infantes, sus hijos.Encendióse una cuestión por bien pequeña causa entre Gonzalo Gustios de Lara, el menos de los hermanos, y Álvar Sánchez, primo hermano de la desposada. Quedó éste algo cargado aunque no mostró tanto sentimiento como su tía, que llegando a Barbadillo, donde le acompañaron los infantes, mandó a un esclavo le tirase un cohombro mojado en sangre, injuria y ultraje conforme a la costumbre de España. El esclavo se quiso valer de su señora; no le valió porque en su mismo regazo le quitaron la vida. Jurósela doña Lambra, venido su marido le enojo de manera contra sus sobrinos que comenzó a tratar de veras su muerte. Parecióle conveniente, con muestras de paz y benevolencia, armar sus lazos a los que pretendía matar. Primeramente dio orden que su cuñado Gonzalo Gustios fuese a Córdoba, la voz era para cobrar ciertos dineros que el rey moro le había prometido, la verdad para que fuese muerto lejos de su patria, lo cual rogaba al rey moro que hiciese. En llegando a su presencia iban las cartas de Ruy Velázquez escritas en arábigo, por mayor disimulación. El rey Hixen era de su natural piadoso enemigo de derramar sangre, compadecióse de las canas de hombre tan principal y dióle las cartas leyéndolas. Gonzalo Gustios agradeció al rey la merced que la hacía de la vida, espantado de la traición, y diose para quedar en prisión aunque algo libre. La "Crónica General" dice que se dio el cargo del preso a su hermana del rey moro; otros, y es lo más cierto, refieren entró varias veces a verle con otras damas con deseo dejase la fe de Cristo y se hiciese moro para casarse con él. La afición y amor creció, los regalos de la infanta facilitaban la prisión, que se hizo dolorosa y triste con el desastrado suceso de sus hijos, porque Ruy Velázquez, prometiendo favor y ayuda a Almanzor para las guerras de León y Castilla, le pidió enviase mil soldado contra un escuadrón que él metía por tierra de moros, no con ánimo de hace lo que debía a caballero sino de meter a los infantes sus sobrinos en alguna celada donde fuesen muertos. Saneados los agarenos del engaño dejaron entrar a Ruy Velázquez corriendo la tierra llevando consigo a sus sobrinos, irritado de la prisión del padre que ellos iban a vengar. Llegaron cuatro leguas de Córdoba a un hermoso llano que abren las sierras, junto al famoso castillo de Albacar, llamado campos de Arabiana, como refiere Ambrosio de Morales, aunque Mariana dice los llevo a los campos de Arabiana, cerca de Almenara, en las faldas del Moncayo. Está en contrario la contradicción a quien se debe grande crédito que afirma fue la batalla junto a Córdoba en el lugar dicho, donde a 10.000 moros que salieron acometió el escuadrón de los siete infantes con otros 200 caballeros que llevaban la vanguardia. Peleaban con los enemigos estando a vista Ruy Velázquez con su escuadrón sin querer menearse a ayudarles. Habiendo peleado como buenos, no pudiendo llevar adelante el peso de la batalla, se recogieron en el castillo y enviaron a pedir favor al impío y cruel de su tío. El no sólo lo negó, pero impidió a 1000 caballeros fuesen a ayudarles, estando resueltos de hacerlo, aunque no pudo resistir a Aziz, con cuya venida volvieron a la batalla dos días, pero al fin fueron presos y heridos muy mal de la multitud de los moros. Las cabezas de los siete infantes de Lara con las de Nuño Salido, su ayo, llevaron a Córdoba. El rey Hixen las envió a Gonzalo Gustios a la prisión donde estaba. Reconociólas el buen padre e hizo sobre ellas un lastimoso llanto con las tristes endechas que en estos años han cantado tan aguda y curiosamente mil castellanos poetas. Consoláronle en su pena y congoja muchos caballeros moros, y entre ellos el mismo rey que lastimado del suceso le dio libertad y, con muchos dones, le envió bien acompañado a su tierra. Cuando se hubo de partir, despidiéndose de la infanta hermana del rey, quebró una sortija y dejándole la mitad de ella él se llevó la otra mitad, pidiéndole después, quedaba en días de parir, que le que saliese a luz, pues era hijo de ambos, que esa licencia dio la conversación, se lo llevase a Castilla para que él lo prohijase. Nació poco después aquel grande caballero Mudarra González de Lara, tan famoso en las historias de castellanos, de quien diremos en el capítulo siguiente juntándolo con su padre, aunque su historia pretendíamos adelante.

En Córdoba hasta ahora se conserva la memoria de una casa que llaman de las Cabezas, donde dicen fue la cárcel de Gonzalo Gustios. En ella se pusieron la de los siete infantes por insignias de tan mal trofeo. Los cuerpos se llevaron a San Pedro de Arlanza o San Millán en Castilla.



Fuente: Historia General de Córdoba de Andrés de Morales
Adelina Cano Fernández // Vicente Millán Torres
Edita: Ayuntamiento de Córdoba

APOCALYPTICA & ARTUR LUNDKVIST



Soy un hombre que mira desde un puente
y se ve reflejado en el agua que corre,
no me reconozco, podría ser cualquier caminante,
soy un hijo que intentó ser su propio padre,
una blasfemia contra todo el origen,
igual que un árbol yo no tengo historia,
simplemente he crecido a mi manera, con el viento o contra él,
por todas partes he intentado amar las piedras
y encontrar el mismo color de ojos en todas las aguas,
quizá sea el hambre mi verdadera herencia,
un hambre sin consuelo o confianza,
hambre en sí que es hambre en mí,
un lobo que encuentra su nieve en todas partes.

Soy un hijastro de este país,
nunca vuelvo a casa, ando errante en círculos,
hijastro sin tubérculo alguno que desenterrar de la tierra,
apenas se abre un momento la niebla
y cierra una verja, siluetas tiznadas sobre un día lechoso,
voces irreconocibles atruenan en la lejanía
sin producir eco,
el hielo deja que se hundan las piedras con un suspiro
como cuando el aire sale de la masa que está fermentando,
pero es un suspiro que no se dirige a mí.

El paquete de agujas del pensamiento brilla
como si yo estuviese en la orilla de un lago a contraluz,
pero la tierra se esconde bajo los árboles,
hasta que el bosque no me deja ver los árboles,
el camino avanza elevado como un dique,
el tráfico alborota entre las copas de los árboles,
la granja está allá abajo entre la verde maleza
y se lame sus heridas,
el último caballo encanecido hace reverencias
ante la puesta del sol como una niña
que hubiese envejecido,
y el viento silba en el pestillo de un quicio sin verja.


ARTUR LUNDKVIST