martes, 24 de abril de 2018

CIUDAD








La ciudad,
animal salvaje
de estudiados movimientos embriagadores,
pulveriza los huesos
de sus habitantes
convirtiéndolo en suave polvo
decolorado,
resquebraja la piel
reblandecida por las sombras matutinas
de oscuros jardines,
en los que la carne fláccida
de los muertos en vida
cuelga en hebras resecas
de las ramas de los árboles,
como luminiscentes bombillas
de aturdidas farolas fundidas
en incompletos anocheceres
donde los niños,
victimas propiciatorias
de su mortal mirada,
juegan entre enmohecidas cajas de cartón
antes de volver a sus lechos
donde dormirán
quizás su último sueño feliz.




La ciudad,
imperturbable
como un dios antiguo,
atrapa el aire entre sus dedos
antes de arrebatárselo a los pulmones
de sus habitantes.
Animal salvaje
de enrocada piel descolorida,
se agazapa
acurrucada
en el filo oxidado
de un banco
buscando a su siguiente victima
entre los escaparates polvorientos
de vacías tiendas impersonales
donde quejumbrosas ropas
de gasa transparente gritan
el dolor de los cuerpos desvanecidos
en probadores sin salida.





La ciudad disfrazada
de seductora hurí,
anhelante difamadora,
busca a su próxima victima

entre las rendijas de las alcantarillas,
aquella a la que poder seducir
y llevarla hasta el altar
donde sacrificará su vida
antes de comer sus entrañas
y beber su sangre,
con su canto inútil de sirena envejecida
hundida en la miseria de los efluvios
del alcohol barato
que camareros sin manos,
sirven en mugrientos vasos
de cristal empañado
sobre resquebrajad
as barras
de filos acerados.


AMADO (ABRIL 2018)